sábado, 30 de octubre de 2010

Por Roberto Caballero, Tiempo Argentino

Hay muchas cosas para aprender de la derecha en la Argentina. Habitualmente, los sectores progresistas y populares nos sentimos portadores de valores superadores, y creemos que con eso solo basta. Declamamos que somos mejores, pero lo hacemos peor que ellos. Asumámoslo. Por caso, la subjetividad que los diarios hegemónicos (Clarín y La Nación, los dos diarios que fueron oficialistas del terrorismo de Estado y generadores del discurso público habilitante del paradigma neoliberal de los ’90) pusieron en juego, resignificando los hechos y situaciones vividas en estas jornadas de duelo popular por la muerte de Néstor Kirchner, es realmente sorprendente. Los invito a leer Gráfica Registrada. Lo de Clarín es previsible: hace rato que el diario de Héctor Magnetto perdió la línea, y a sus lectores. Aburre por obvio e incomoda, incluso, a los antikirchneristas. Es la derecha cualunque, barrabravística, en el punto de mayor histeria y declinación de todo su historial.No ocurre lo mismo con La Nación. Todavía, en sus páginas, el conservadurismo aporta ciertos modales a una mirada claramente reaccionaria. Manejan las artes periodísticas para fines inconfesables, pero lo hacen bien. Por ejemplo, si tienen que defender a los represores detenidos en Marcos Paz, publicarán una crónica sobre el “uso político”de los Derechos Humanos que hace el kirchnerismo. O si tienen que oponerse al reparto de ganancias empresarias con los trabajadores, harán una cobertura amplia de la mafia de los medicamentos e ilustrarán con una foto de Moyano. Tienen clase.Joaquín Morales Solá no podría escribir en otro lugar. Su prosa barroca, aunque envejecida, reseña intrigas palaciegas con aspiraciones de melodrama político. Así, todo aquello que provenga del kirchnerismo es malicioso y carente de virtudes, e igualmente impolutos sus detractores.Su columna de ayer, traza una imaginaria línea divisoria dentro del oficialismo. De un lado, estarían las palomas y del otro los halcones. Su intencionalidad es evidente: presentar los matices como diferencias insalvables, justo en un momento de shock para el kirchnerismo. Las Abuelas dirían: generar cizaña, ataúd de por medio. Es lo mismo que intentó cuando lanzó la candidatura presidencial de Daniel Scioli, en sintonía con Eduardo Duhalde y el Peronismo Federal. Herir, lastimar, desorientar al adversario. No se trata de opiniones. Son operaciones políticas. En su mayoría, destinadas a gente que sufre del síndrome de la alfombra roja, es decir, funcionarios y empresarios que consumen, sin cuestionar, la realidad que Morales Solá y La Nación les propinan. Así es como luego muchos de ellos, toman las decisiones equivocadas. Así es, también, como después sufrimos sus consecuencias.Sin ir más lejos, en la columna de ayer, Morales Solá escribe: “Miles de personas, muchas espontáneas y otras tantas movilizadas, desfilaron por la Casa de Gobierno: sobraron las consignas sectarias”. Y más adelante recuerda: “La muerte de Perón no provocó tanta crispación en 1974”.Dos cosas. Primero: ayer, a las 3 de la madrugada, una enorme, ancha y pacífica caravana humana salía desde la Casa Rosada, se perdía por Avenida de Mayo y doblaba en la 9 de julio esperando para dar su adiós a un ex presidente de la democracia. No había micros, ni estructuras partidarias: era una multitud de gente dolorida, cantando consignas que no le gustan a Morales Solá, pero que de ningún modo pueden calificarse de sectarias. Al contrario: cualquiera podía sumarse a la fila y dar su pésame sentido a Kirchner. No había que presentar carnet. Segundo: el principal analista político de un diario como La Nación no puede ignorar que la muerte de Perón desencadenó algo peor que la inexistente crispación que ahora lo preocupa: la pelea fratricida entre izquierdas y derechas, en un marco de violencia armada que hoy no existe.Nuestros lectores no se sorprendieron por la masividad de los festejos del Bicentenario. Tampoco ahora, por la impresionante marea de gente que llora la partida de un líder de la democracia que restituyó derechos largamente postergados. Este diario nació para darle visibilidad a lo que estaba invisibilizado. Y eso permite que muchos, ahora, entiendan lo que realmente sucede. Así llevamos dos ediciones agotadas, narrando jornadas intensas. La historia ya no la cuentan los Morales Solá ni La Nación.La hacen los pueblos –siempre lo supimos–, y los periodistas de Tiempo Argentino caminan la calle y la reflejan.